Pláticas con la Catrina
PLÁTICAS
CON LA
CATRINA
Relatos de un DCA
Juan Carlos Danta Roca
I
Se acerca el final de la estancia en el castillo de aquel pueblo. Acaban los días entre artesanos y artesanas que ofrecen sus bellos trabajos, mientras son observados por esas maravillosas aves que surcan el cielo. Tras una linda noche de humos, bailes y ricas conversaciones con caminantes de aquí y de allá, llega el final, que no es más que el comienzo de un nuevo rumbo.
Con la llegada del sol, empieza la recogida y puesta en marcha hacia otro lugar, conocido y querido, que guarda un sin fin de historias pasadas, y espera paciente para dar comienzo a otras nuevas. Que crecerán con el paso de los días venideros.
Esta historia comienza al alba. Nada más abrir los ojos, aparece ante nosotros un horizonte conocido, deseado, donde se pondrán en marcha ilusiones forjadas día tras día. Nos dirigimos a aquella calle que nos ofrece ricos frutos a cambio de ideas materializadas en hilos de diferentes texturas, formas y colores.
A pesar de que es amplia la distancia, llegamos con tiempo suficiente para descansar del viaje antes de empezar la jornada.
Nos encaminamos hacia una zona cercana, esa playa, donde su mar colecciona los gemidos de muchas noches en calma, follando como perros.
Antes de llegar, desde un terreno muy alto, se divisa un plácido lugar. Queremos llegar allí para permanecer tumbados hasta el atardecer.
Yo, decidido, me acerco a observar cómo y dónde podemos iniciar
el descenso. Miro hacia abajo y diviso un posible sendero. Camino suavemente entre uno de los brazos de aquel acantilado. Diviso el destino y pienso cómo llegaré. Todo parece claro, pero yerro en uno de mis pasos, pellizco el suelo y éste se desvanece. Juntos caemos al vacío.
La caída baila de un lado a otro hasta que alcanza el final. Cuando ésta cesa, mi cuerpo queda tumbado en una roca azotada por las olas. La vida avanza por un sendero desconocido que la conduce allá donde la nada es nada. El tiempo transcurre y desaparece la voz del mar, suena el silencio, el color está ausente.
En ese instante, ella, que observa desde arriba, entra en un estado donde se entremezclan un sin fin de sentimientos. Cualquier persona, se hubiese quedado paralizada por lo que acaba de ocurrir, sin poder ni saber reaccionar. Ella no, ella se arma de valor y se lanza en busca de ayuda para poder rescatar mi cuerpo. Tras varios intentos, logra encontrar una magnífica ayuda: que protagoniza la historia que sigue:
--
“Cómo la voz de una mano atrapa la vida y la devuelve a su lugar”.
Mano que llegó allá donde el cuerpo yacía. No dudó en abalanzarse y agarrar aquellas otras gélidas manos que reposaban en tan bello lugar. Las sujetó con firmeza transmitiéndoles un calor que les gritaba; “¡Seguid ahí!, ¡No os marchéis!, ¡Sujetaos con fuerza y quedaos acá, respirando el mar!”.
Al inicio las frías manos no se daban por aludidas, con lo cual, todo el esfuerzo de aquella otra mano, la recién llegada, parecía inútil. Aún así ésta no cesó en su empeño y continuó hablando. Esta vez les describía el bello paraje a su alrededor. Les salpicaba con agua marina y les comunicaba las palabras del mar. Todas estas acciones se unieron e hicieron brotar un halo que impregnó todo el lugar. Luz que encandiló a las frías manos, como si de un acto reflejo se tratase, comenzaron a dibujar lentos movimientos de presión. Lo que hizo que la hermana desconocida esbozase una sonrisa dándoles la bienvenida. Así, una sola mano logró reconducir a la despistada vida, la llevó a su lugar junto a las gélidas manos. Éstas, al sentirla llegar, alzaron un vuelo con sabor a mar.
II
El escenario ha cambiado: de estar al aire libre salpicado por el mar, ahora me encuentro tumbado en una salita con paredes de cristal. Estoy solo, conectado a tubos, cables y un sinfín de artilugios hasta ahora desconocidos. Éstos, son los que me mantienen en ese hilo entre la vida y la muerte.
Tras los cristales de aquella habitación, se encuentran numerosas voces que, en silencio, me llaman esperando impacientes a que vuelva.
Así pasan días, noches, madrugadas, sin apenas recibir respuesta. Únicamente tímidos tics imperceptibles, ofrecidos por quien habita en aquella fría habitación, dan la esperanza de que continúo aquí. Al pasar las semanas, aquellas menguadas expresiones, se transforman en gestos visibles. Comienza una sucesión de pláticas dentro de la cárcel de cristal, donde sólo los visitantes hablan, tratando de estimular el cerebro de la persona que mora en aquel lugar. Yo, como anfitrión, escucho, alguna vez intento articular alguna palabra, pero mi voz no suena, tampoco soy capaz de realizar ningún movimiento. Estoy quieto, tumbado, inmóvil y sin poder articular sonido. Algo así como si me resistiese a los ataques de la muerte, pero ésta se negase a darse por vencida.
Yo, no he dejado, ni dejaré de oponerme a las insinuaciones de la dama de negro, hasta que por fin logro realizar un pacto con la misma. Ella, admite que esta vez ha sido derrotada, pero, cuando decida volver, todo será diferente y será ella la que salga victoriosa.
Tras sellar dicho pacto, hay un cambio en mí y en el espacio que habito. Me trasladan a otro lugar, donde poco a poco me voy cargando de vida. Vida que aún es desconocida, vida que viene repleta de un vacío por nadie visto. Este vacío sólo es sentido por mí y soy yo quien debe ir ocupándolo, dándole forma y sentido.
Es ardua la tarea que he de comenzar ahora, pues parto de una absoluta inexperiencia. En mí hay secuelas que desconozco y de las que debo aprender. He de interiorizarlas, debo aprender a vivir esta nueva vida junto a ellas. Tengo que darles su lugar, pero sin dejar que se apoderen de aquello que no les corresponde. Ha comenzado un aprendizaje que marcará los primeros pasos de esta vida que arranca e irán apareciendo horizontes hacia los que dirigirme. En mí vuelve a estar la decisión de continuar, de avanzar por donde crea conveniente, de dibujar mi vida recién parida con las huellas de mi caminar.
--
“Es bello haber dialogado con la muerte. Se logra ver lo mucho que queda por hacer y se agarra con más fuerza esta vida tratando de limar los errores de la anterior”.
No recuerdo haber leído la novela de Robert Louis Stevenson; “EL
EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MÍSTER HYDE”. Sé algo de dicha obra, a través del cine o la televisión, pero, lo que me ha llamado la atención, es que me ha invadido un recuerdo de una experiencia personal, que hace que me sienta un poco como él, o los protagonistas de esta novela.
Desde el primer nacimiento, fui creciendo, aprendiendo a jugar en esta vida, tratando de seguir las pautas que mi familia, mi entorno y mi escuela, me mostraban. A veces me distraía, y eso mismo me enseñaba cómo volver al sendero elegido. Con el paso de los años, todo seguía el curso elegido y parecía que no cambiaría jamás. A veces, en determinadas situaciones, emergía una voz interna que descolocaba todo mi ser, pero con esfuerzo y mucha calma, lograba callar sus gritos y restablecía mi orden interno. La vida avanzaba de mi mano y juntos dibujábamos y dábamos color al horizonte.
Un día y de manera fortuita, la luz se apagó, no se veía nada, me sumergí en un estado en el que estaba dormido y los sueños habían desaparecido, dejándome inmerso en un océano tan oscuro como vacío.
Así pasaron los días hasta que, nuevamente y de manera fortuita, abrí los ojos y vi algo de claridad. Todo era nuevo, no conocía nada ni a nadie. Al pasar los días, fui recuperando algún ínfimo recuerdo. De manera externa y a la vista de todos, “er Karlos” había vuelto. Pero no compañeros, “er Karlos”, aún estaba muy lejos. Fue esa voz interna, la que a veces aparecía y se apoderaba de mí en algunas circunstancias, la que se hizo fuerte en mi letanía y logró emerger, llevándose consigo mi ser. Este fue el inicio de “La dictadura de una voz interior”.
Esta voz nació conmigo, sólo emergía en situaciones concretas porque no resultaba agradable su presencia. La tenía oculta, encerrada con todas sus amistades, que eran, el odio, el engaño, la venganza, la violencia y un sin fin de sensaciones de esa calaña. El día que se fueron los sueños y solamente dormía, fue cuando se abrió la puerta de su cueva y “esa voz” y sus secuaces, se levantaron y se apoderaron de todo cuanto tenían a la vista. Debo reconocer que tan malvado plan, estaba muy bien organizado, pues “esa voz”, dirigía a todos sus lacayos, y éstos a ciegas, acataban sus órdenes logrando su primer objetivo, que era aparentar normalidad. Esto se consiguió poniendo al engaño como principal actor, que maquinaba un sin fin de historietas para transmitir normalidad. Como en toda acción impuesta, aquí existía también un grupo reducido de seres que se oponían a dicha voz y resistían sus ataques internos. Ellos fueron los responsables de “buscarle las cosquillas” o los puntos en los que flaqueaba la voz, para hacerla salir de su escondite y así, dar una señal de alarma a todos los que estaban afuera. Pasaban los días, las semanas, los meses y de tanto hacer salir a “esa voz”, ésta se acostumbró al exterior y permanecía a la vista de todos cada vez más tiempo. Esto fue su mayor error y a su vez la mayor fortuna para “er Karlos”, que no se sabía dónde estaba y las frecuentes salidas al exterior de “esa voz”, mostraron su lejanía. Sus familiares, amigos y amigas, se dieron cuenta de que eso que salía, eso que insultaba, eso que amenazaba, eso no era “er Karlos”.
A partir de entonces, se fue creando un escudo de familiares, compañeros y compañeras que repelían los ataques de “esa voz” y sus lacayos. Escudo, que concentraba su poder en la manera de ignorar los ataques en forma de engaños, falsos llantos, insultos y amenazas.
La estrecha colaboración de todos hizo que “er Karlos” tomase cada vez más fuerza, fuese un poco más consciente de su realidad y lograse salir a flote.
Al volver a su cuerpo, “er Karlos” no hizo lo que “esa voz”, él habló serenamente con ella tratando de llegar a un acuerdo feliz para ambos. Lo que era evidente es que tenían que convivir, no solamente ellos, también esos otros sentimientos, sensaciones, ideas, sueños, ilusiones…
Iniciaron un íntimo viaje en el que todas las voces existentes salieron a la luz y hablaron de sí mismas, de lo que querían y estaban dispuestas a aportar para conseguirlo.
Fue dura la tarea, aún lo sigue siendo y siempre lo será, pero es la mejor manera que todas las voces internas, han encontrado para sentirse libres, para actuar, para jugar, para aprender, para enseñar, para convivir y para vivir”.
III
La estancia en la habitación con paredes de cristal, llega a su fin. Ahora soy trasladado a una habitación convencional de aquel hospital. Allí se inicia un nuevo ciclo. Aún hoy, apenas recuerdo determinadas situaciones de mi estancia allá. Mi cuerpo sigue inmóvil, mi cerebro sigue avanzando a pasos minúsculos, mi memoria es muy frágil, no sé ni puedo expresarme con claridad. Permanezco conectado a algún gotero y siguen medicándome para tratar de curar todas esas afecciones que traigo de la anterior sala.
Mi manera de actuar se podría decir que es respondiendo a cualquier estímulo que percibo. No puedo pensar ni tampoco razonar, sólo respondo a aquello que me estimula. Al no poseer voz y tampoco poderme mover, es complicado interpretar lo que pretendo expresar. Expreso meros impulsos, para nada razonados ni controlados por mí. Podría decirse que actúo de manera similar a como debió hacerlo el perro de Paulov, respondiendo a un estímulo.
Soy un espectador de lo que ocurre a mi alrededor, con la característica de que apenas comprendo nada. Sí, reacciono al dolor. Cuando algo me duele, que esto puede ser una simple caricia, reacciono de manera violenta. Aunque inmóvil y sin voz, mis ojos son los que expresan la manera de sentir dicho dolor.
Mi cuerpo sigue laxo, cualquier intento de moverme es inútil, ni siquiera puedo mantener una posición medianamente erguida. Mis días transcurren tumbado en la cama y mirando al techo. Resulta tediosa la estancia en aquella habitación, de no ser por las visitas y por la compañía de mis seres queridos.
--
“Una mañana tras la visita diaria de la doctora, me llevé una gran sorpresa”.
La rutina era la que manejaba mi día a día. Todo seguía su curso marcado y nada había fuera de lo establecido por las normas y el funcionamiento del hospital. Mi estancia seguía unas pautas establecidas. Tenía horario para todo y todo resultaba muy cuadriculado. Una mañana, o una tarde, no recuerdo bien, recibí la visita habitual de la doctora que me trataba. Venía acompañada por una enfermera o auxiliar, o posiblemente sería una estudiante de medicina, ya que aquel era y es un Hospital Universitario. En principio todo parecía normal. La doctora hizo su revisión y dio su diagnóstico diario. Ya se marchaban cuando la chica que la acompañaba se dio la vuelta y se acercó. De su boca salieron unas palabras que cuanto menos me sorprendieron. Preguntó si era amigo de Naranjo y de Ana. A duras penas dije que sí y ella me dijo que eran sus amigos también y que ella me había conocido tiempo atrás. Al decir esto, se despidió y continuó sus visitas con la doctora.
Quedé gratamente sorprendido por las palabras de esa chica y algo hizo que aumentasen mis ánimos. Algo me decía que fuera de aquel hospital, más allá de las circunstancias habituales, había otra vida, otras gentes que me conocían, y a las que yo conocía, que dibujaban y daban color a mi vida. Gente a quien quería y que me querían o al menos tenían sensaciones gratas y buenos recuerdos.
Aquella mujer, sin saberlo, abrió nuevos horizontes a mi rutina diaria, propició que mi mirada se dirigiese a otros lugares que, estaban ahí, pero ni se me había ocurrido mirarlos.
IV
Otro día más transcurre en mi monótona vida en aquella habitación de hospital, tumbado en una cama y mirando alrededor. No espero nada nuevo, pues la rutina es mi tarea diaria. Esta tarde recibiré visitas y esto al menos alegra mi estancia.
Mientras charlo con los amigos que me han visitado, llega a la habitación un auxiliar y le dice a mis familiares que ha llegado el día de tratar de bajarme de la cama y sentarme en una silla. Tengo una sensación entre la alegría y el miedo. Alegría porque voy a dar un nuevo paso en mi rehabilitación y miedo porque desconozco cuál será la reacción de mi cuerpo. Aun así me dispongo a ello. Entre mi hermano y un amigo, me bajan de la cama y me sientan en una butaca que hay en la habitación. Al principio todo parece bien, pero poco a poco, mi cuerpo va yéndose hacia un lado sin poder mantener el equilibrio aún estando sentado. Quienes están en la habitación conmigo, me ayudan a reponer la postura en la butaca, pero no pasa mucho cuando vuelvo a doblarme de nuevo. Poco tiempo después, comienzan a dolerme las nalgas. He perdido mucho tono muscular y sólo el hecho de estar sentado, me causa dolor. Entre esto y el no poder mantener la postura erguida en la butaca, pido que me vuelvan a tumbar en la cama. No puedo aguantar más en la butaca y me depositan en el lecho otra vez. De nuevo tumbado, pienso que, aunque he pasado poco tiempo, para mí ha supuesto un tremendo esfuerzo el solo hecho de cambiar de la cama a la butaca. En mi interior me siento contento por un nuevo avance y estoy algo impaciente por continuar, aunque ya será al siguiente día. --
Cualquier leve contacto suponía malestar o dolor para mi cuerpo. Una tarde-noche, vinieron a cambiar las sábanas de la cama. Esto lo realizaban conmigo tumbado en la cama, girándome de un lado a otro para poder quitar las sábanas usadas y poner otras limpias. Cuando venían a realizar esta tarea, pedían a los acompañantes que saliesen de la habitación. En este caso me acompañaba mi hermano que, al volver a entrar en la habitación, tras el cambio de sábanas, me encontró llorando. Mi hermano, preocupado, me preguntó qué me había pasado: entre lágrimas dije que me habían hecho daño, a lo que mi hermano ni se lo pensó y fue en busca de quienes habían estado antes en la habitación. Pasado poco tiempo, mi hermano volvió más calmado y me explicó lo que había sucedido. Vinieron a cambiar las sábanas y todo fue normal. Al terminar e irse, un chico de los que vinieron a hacer el cambio de sábanas se despidió dándome unas palmaditas en el hombro. Estas inocentes palmaditas, para mí supusieron un tremendo dolor y por eso lloraba como un crío. Mi cuerpo, se podría decir que estaba hipersensibilizado y a lo más mínimo sentía dolor.
Tras esta situación, todo volvió a la calma y transcurrió la tarde sin más alteraciones.
V
Un nuevo día que traería una sorpresa que no podía imaginar.
Al parecer, mi cuerpo se ha librado ya de muchas infecciones que arrastraba desde la estancia en la UCI. Ha llegado el momento de trasladarme de la habitación y la planta donde estoy, a la planta de Rehabilitación y a mi nueva estancia.
En esta otra planta del hospital lo que tratan es de movilizar mi cuerpo para que, poco a poco vaya recuperando tan deseada movilidad perdida. No es que vaya a recuperar toda la movilidad, pero sí tratar de alcanzar el máximo posible.
Un cambio llega a mis días rutinarios. Ahora, tras despertarme, asearme y desayunar, tengo que bajarme al gimnasio de rehabilitación, donde una fisioterapeuta me ejercita y está conmigo el tiempo que dura la sesión. Al principio me es todo complicado pues mi movilidad es escasa. Poco a poco voy adquiriendo algo de soltura y los ejercicios de rehabilitación son cada vez más llevaderos. Lo paso realmente bien durante mi estancia en el gimnasio, pues me relaciono con otras personas y en mi mente sólo está el trabajar duro para recuperar mi estado físico, pues lo que más deseo es poder andar de nuevo.
Lo de volver a andar aún queda lejos, pero eso no me importa.
Un día de tantos realizando ejercicios, mi rehabilitadora me propone algo. Yo no digo que no a nada y le digo que estoy en sus manos. La propuesta consiste en llevarme a una camilla que es un plano inclinado. En ella, al tumbarme, me sujetarán con unas correas o cintas, para que mi cuerpo permanezca sujeto a la camilla. Una vez atado, la camilla comenzará a inclinarse poco a poco hasta alcanzar la verticalidad. Puede parecer algo simple, pero estoy lleno de gozo al sentirme de pie, aunque sea en esas circunstancias. La verticalidad ha vuelto por un instante y me siento a gusto; me pregunta si siento algún tipo de mareo, pero no, lo que siento es felicidad al verme de pie, erguido. Quiero que todos y todas me vean así y pido que avisen a mi acompañante para poder estar conmigo en ese momento de alegría.
El día en el gimnasio ha sido muy bueno, me recarga de fuerzas y energías y ya deseo que pase la noche para volver a ejercitarme y no cesar en el empeño de rehabilitarme.
--
Una tarde noche llegó el cambio de habitación y de planta. En un principio todo sería normal, pero algo distorsionó aquel cambio.
Un colchón anti escaras, es un colchón destinado a personas que, en mi caso, debido a mi tono muscular, protegía mi cuerpo evitando que me saliesen ampollas o rozaduras. Cuando vinieron a cambiarme de planta, traían una camilla para mi desplazamiento. Hasta aquí todo parecía normal, pero al llegar a la nueva habitación, estaría en una cama sin el citado colchón. Rápidamente mis acompañantes vieron que eso no podía ser así, que, si me bajaban, la cama con ese colchón vendría conmigo. Después de un rato discutiendo y hablando con cualquier responsable de aquella decisión, se obtuvo lo deseado y, en mi opinión, lo correcto. Fui cambiado de habitación y de planta en mi cama con el colchón anti escaras y así se evitó un mal mayor e innecesario para mi cuerpo.
Otra situación de dolor innecesario ocurrió un día que me llevaron a hacer radiografías. En un principio todo bien, pero una vez hechas, me dejaron tumbado en una superficie horizontal y muy dura para mi estado. Al comienzo normal. Pero al pasar un rato allí tumbado, empezó a dolerme la espalda. El dolor llegó a ser insoportable, recorría toda la parte posterior de mi cuerpo, la que reposaba sobre aquella superficie dura y fría. Intenté avisar, pero al estar mi cuerpo inmóvil y al no tener voz, como consecuencia de la traqueotomía que me hicieron al ingresar de urgencias, todos mis esfuerzos fueron inútiles. Allí permanecí dolorido hasta que al fin volvieron a por mí y me devolvieron a la habitación y mi tan anhelada cama.
VI
Un lugar al que debo ir a diario, una vez instalado en la planta de rehabilitación, es a Terapia Ocupacional. En este lugar, los pacientes que asistimos, tenemos que volver a aprender movimientos cotidianos. Aprendemos a levantarnos y sentarnos en una silla, aprendemos a utilizar una cuchara, a pelar una naranja, a vestirnos y así, muchas cosas más.
Todo parece sencillo, aunque en nuestro estado, algunas tareas resultan complicadas para los que asistimos allí.
A mí, personalmente lo que más me cuesta es levantarme de la silla y sentarme. Es una tarea imposible de realizar. Otras tareas me resultan menos complicadas, son las que nos hacen mover las manos, los dedos, las tareas de psicomotricidad, en concreto las de psicomotricidad fina. Requieren esfuerzo por mi parte, pero consigo realizarlas.
En este lugar me aburro y pasado un tiempo no tengo ganas de ir, aunque estoy obligado a asistir. Me aburren las tareas a realizar, porque llega un momento en que las realizo de manera correcta y sólo hago repetir y repetir siempre lo mismo. Un día se me ocurre proponerles algo a las dos terapeutas. Como no siento aliciente alguno con las tareas que nos hacen realizar, se me ocurre decirles que por qué no utilizamos la música como agente que nos guíe en nuestra rehabilitación. En concreto les digo que, para ejercitar las manos y los dedos, podemos utilizar una guitarra. Esto les ha debido sonar a chiste porque se ríen de mí, hacen bromas dirigidas a mí e incluso me llaman “kinki”. A mí no me sienta bien su respuesta y aumentan las ganas de abandonar ese lugar, pero al no depender de mí, ahí tengo que seguir yendo día tras día.
Recuerdo a una compañera de Terapia Ocupacional, Irene, una chica que he conocido en el Hospital, una paciente más. Ella me defiende de los ataques de las terapeutas. Ellas se ríen y se lo toman todo a broma. Yo me mantengo callado, pero Irene no se calla y les replica que no se metan conmigo. Esto no sirve para mucho, pues las dos terapeutas siguen con su comportamiento hacia mí.
En definitiva, hago oídos sordos, me limito a hacer las tareas y pasar el tiempo cuanto antes, para seguir con lo que sí me importa, rehabilitarme al máximo para dejar aquel hospital. --
La música como terapia.
Yo soy una persona, a la cual, la música ha estado ligada a su vida desde muy temprano. Nunca he sido bueno tocando instrumentos, pero siempre he practicado con mucha ilusión. La guitarra fue el primer instrumento que elegí: aún hoy no soy muy bueno, aunque sí me divierto creando algún ritmo o acompañando a determinadas canciones que escucho. A parte de un instrumento, la guitarra ha sido un acompañante más en mi rehabilitación.
Hace años decidí comprarme una guitarra para hacer mi propia rehabilitación. Al principio no podía pisar ninguna cuerda y no sacaba sonido agradable. Con mi esfuerzo diario, hoy mis manos y mis dedos han pasado de moverse con bastante dificultad, a ser más ágiles, pudiendo tocar acordes varios y punteando alguna melodía no muy complicada. Sé que hay diferentes formas de rehabilitarse y la música o la guitarra no es la más convencional. Yo, desde mi experiencia, considero la música como algo muy valioso para cualquier tipo de rehabilitación. Debe haber música en todos lados y se debe sacar lo mejor de la música para mejorar nuestras vidas.
Otra experiencia musical venida con el daño cerebral consiste en que, pasan mañanas, noches y madrugadas y en mi cabeza, suena una melodía distinta. Mientras me vence el sueño, en mi cabeza suenan estas melodías. A veces es al despertarme cuando escucho alguna melodía. Un día decido tararearlas y grabarlas en mi móvil, para, a ser posible, en un futuro aprender a escribirlas y con ello poder tocarlas con algún instrumento.
Actualmente son muchas las melodías que guardo y poco a poco, algunas las voy transcribiendo e interpretando, con la ayuda de mi PC y mi guitarra o piano.
VII
Comenzada la mañana, suelo ir a la ducha, para luego desayunar y acto seguido, vienen a recogerme para llevarme al gimnasio e iniciar mi jornada de rehabilitación.
En el gimnasio trabajo con la ayuda de una fisioterapeuta. Ella dirige mi rehabilitación y yo ejercito mi cuerpo según ella me indica, o me ayuda a realizar algunos ejercicios. Así es diariamente, paso horas allí realizando todos los ejercicios que me propone la fisio. Algunos los realizo con algo de soltura, sin embargo, otros me suponen mucho esfuerzo. Una mañana, mientras estoy realizando unos ejercicios sentado en una silla, ocurrió algo simpático o peculiar. Al ser un Hospital Universitario, debe ser algo habitual, pero a mí me pilla por sorpresa. Mientras realizo los ejercicios, miro a algún sitio, sin mirar a nada en concreto. En un momento levanto la cabeza y justo delante de mí hay un grupo de estudiantes acompañando al doctor rehabilitador. Este doctor habla y los estudiantes escuchan con atención y toman apuntes. Yo no sé cómo reaccionar, siento algo de vergüenza, pues todos me miran. Como acto reflejo, saludo y sonrío. Me detengo un instante, pero al momento sigo con mis ejercicios.
Esto para mí, es algo anecdótico pues me he sentido como objeto de muchas miradas y tema principal de la exposición del médico rehabilitador. Digamos que por un día, fuí “objeto de estudio”.
--
Un andador es un objeto rehabilitador que se usa para poder caminar. Según la visión de mi fisioterapeuta, había llegado el momento de probar si podía manejarme y al menos dar algunos pasos con su ayuda. Al principio estuve reacio, pues tenía cierto miedo de sentirme solo o, bueno, acompañado del andador. Este andador tenía dos patas fijas y las otras dos patas acababan en ruedas. En teoría las ruedas eran para facilitar el desplazamiento, para que no tuviese que irarrastrándolo. Me pusieron de pie y me sujeté al andador. No di ni un solo paso, o bueno, intenté dar uno, cuando el andador se me fue hacia adelante, movido por las ruedas y casi me estampo contra el suelo. Mi fisioterapeuta estuvo rápida de reflejos y de inmediato me sujetó evitando que me cayese. Tras este incidente, no volví a utilizarlo, pues se había demostrado que aún no era mi momento.
Esto pudo desilusionarme, pero no, lo vi como que no era su hora, pero no iba a cesar hasta que llegase el momento en el que pudiese caminar y manejarme con el andador.
De una posible caída y un posible daño, surgió un nuevo objetivo en mí vida.
VIII
Durante un tiempo he tenido un brazo escayolado. Esto lo hacen para tratar de conseguir la máxima extensión del brazo, pues de mi tiempo allí, lo tenía flexionado y no conseguía extenderlo de manera total. Un día, el médico rehabilitador decide que mi tiempo con el brazo escayolado ya pasó. Ahora me receta un aparato protésico: éste, me sujeta el brazo y al girar una tuerca, lo va extendiendo poco a poco. De esta manera, es como se debe ir aumentando su extensión, hasta lograr el máximo. Algo que deja muy claro el doctor es que no debo sentir dolor. Cuando sienta que aparece el dolor, se ha de quitar un cuarto de vuelta al tornillo para que desaparezca.
A la mañana siguiente voy al gimnasio con el susodicho aparatejo. Una vez llego allí, le digo a Izaskun, la fisioterapeuta, lo que es y lo que me dijo el doctor de cómo tengo que utilizarlo. Al poco de acabar mi entrenamiento diario, se dispone a ponerme el aparato en el brazo. Pide a otro fisioterapeuta que la ayude a ponérmelo. Al llegar éste, yo le explico cómo me dijo el médico que ha de ponerse. En principio todo bien, hasta que me aparece un dolor en el codo y le comento que haga lo que recomendó el médico rehabilitador, que era aflojar el tornillo un cuarto o media vuelta. El fisio no hace caso y sigue apretando. El dolor aumenta y yo me quejo y le digo que pare. Él ni caso, sigue su tarea de apretar. Ya no soporto tanto dolor y comienzo a gritar. Mi fisioterapeuta intenta tranquilizarme, pero es inútil, el dolor es tan intenso que no puedo prestar atención a otra cosa. En un momento aparecen las casi olvidadas secuelas del daño cerebral, me entra el nerviosismo y comienzo a insultarlo sin medida. Pasado un rato, él deja lo que estaba haciendo y yo pido a mi fisioterapeuta que afloje un poco el tornillo para calmar mi dolor. Ella lo hace y el malestar desaparece.
Este aparato he de llevarlo casi todo el día. En el gimnasio me lo quitan para realizar mis ejercicios de rehabilitación y luego me lo ponen. Con el transcurso de los días la cosa funciona, el aparato del brazo lo va extendiendo un poco cada día y con él mi codo va ganando grados de extensión. Al realizarlo como indicó el doctor, el dolor apenas se nota y poco a poco la extensión del codo va avanzando.
--
Avance significativo es el que ocurre sin esperarlo. Los médicos deciden darme un poco de descanso del hospital. A partir de ahora, todos los fines de semana, una ambulancia me llevará de regreso a casa. Tendré que estar de vuelta el domingo a la tarde, pero al menos podré pasar algunos días fuera del hospital. Mi primer traslado en ambulancia resultó algo largo, o al menos a mí se me hizo así. Yo iba tumbado en una camilla y apenas veía más que el techo de la ambulancia. Al pasar un tiempo, algo me alegró el viaje. Fue una sensación que me transmitió mi olfato. Un olor reconocible me vino a la nariz y me invadió la alegría. Supe que estábamos pasando junto a un restaurante famoso en Pelayo, un núcleo de población a las afueras de Algeciras. Esto me dijo:”¡Ya estamos en casa!”. Puede resultar poco creíble, pero el olor percibido me fue muy familiar y eso me dio la pista de que poco faltaba para llegar al nuevo destino.
IX
Desde mi ingreso en el Hospital, no recuerdo haber tenido ningún sueño, y si lo he tenido no he logrado recordarlo.
Una mañana, al despertar, lo hago con los ojos húmedos de lágrimas de emoción; porque logro recordar un sueño de la noche transcurrida. Dicho sueño me ha llevado a revivir experiencias gratas. En él, yo estaba en mi casa y me disponía a salir a la calle. Bajaba por las escaleras y caminaba por mi barriada. Caminaba ayudado por dos muletas, cosa que en la realidad actual era impensable. Salía de mi barrio y me dirigía hacia la casa de mi abuela. Mi abuela falleció hace años y este sueño me la trajo de vuelta.
Cuando llegué a casa de mi abuela, ella me recibió con un fuerte abrazo. Juntos nos sentamos en la mesa del salón. Ella en un momento se fue a la cocina y volvió con una rica merienda. Juntos pasamos la tarde merendando y conversando. Para mí fue una magnífica experiencia, haber pasado este tiempo con mi abuela a través de mi sueño.
Yo nunca he tratado de dar significado a los sueños. Para mí han sido solamente sueños, imaginaciones de mi cerebro mientras mi cuerpo descansa. No es que quiera darle explicación ni sentido a este sueño, pero esa mañana y ese día al completo fueron diferente a los otros. Fue una mañana significativa que me dio ganas de seguir y me cargó de energías para el resto del día.
--
ESPASTICIDAD.
El lado izquierdo de mi cuerpo ha estado inmóvil y poco a poco fue recuperando su movilidad. Además de inmóvil, hubo un tiempo en el que no sentía nada en esa zona, sólo un hormigueo constante que me recorría toda la mitad izquierda. Si tocaba algo o algo me tocaba a mí, no sentía apenas nada. Un día, me llevé una grata sorpresa. Estaba duchándome y sin esperarlo, noté cómo me caían las gotas de agua en mi pie izquierdo. Fue una sensación muy gratificante, pues mi pie volvía a sentir, el agua caía y corría por mi pierna hasta llegar al pie y lo estaba notando. Así, poco a poco, mi manera de sentir o notar el tacto de mi lado izquierdo, se ha ido recuperando hasta hoy.
Otra mañana, antes de que hubiese señales del sol, un particular despertador natural ya se ha activado. El susodicho, comienza por los dedos de los pies; los tensa y los pone a cada uno para un lado, el pie es como un abanico abierto, sólo que, en lugar de aire fresco, transmite un dolor intenso, que, a estas horas, como que no pega. Los músculos cercanos, se encelan y, uno a uno, se van tensando, provocando movimientos imposibles a la zurda de mis piernas. Esta vez han abarcado desde el pie a la rodilla y ahí han parado su ascenso.
Ante semejante despertar, lo primero que viene a la cabeza es “cagarse en todo lo cagable”. Pero, de manera sorprendente, esta cabeza mía, “ha tirao pa otro lao”. Cada vez es más rápida y más lista. En lugar de caer en lamentos y discusiones consigo misma, ha comenzado a silbar. Este silbido ha entrado por los oídos y ha recorrido todo el cuerpo. Poco a poco, ha conseguido disuadir ese dolor matutino y, ¡de repente!, los pies al suelo camino de la guitarra. Piso el suelo, que duele y está frío, y la melodía me empuja con fuerza, con más fuerza. Con una pierna tirando de la que arrastra, alcanzo la guitarra y, con más cautela que a la ida, inicio la vuelta a tomar asiento en mi cama.
La melodía no para de sonar en todo el trayecto. Ahora, “Shaula” la aprende y conduce a estos dedos, para hacerla sonar juntos. A su vez, esta maldita cabeza mía no para, y habla de pillar un boli y un papel. Sin saber muy bien cómo, el bolígrafo traza las líneas del Pentagrama y comienza un juego de dedos. Unos son conducidos por “Shaula”, (mi guitarra) y estos mismos, agarran el bolígrafo y escriben lo que ha sonado.
Así transcurre el comienzo del día. Lo que había sido un despertar de músculos cabreados, tensos, se ha transformado en una mañana lluviosa, con una medicinal melodía de guitarra, que habrá que escribirla (a ver que sale).
X
Entramos en diciembre y la vida transcurre en el Hospital. En la planta de rehabilitación, ejercitándome a diario y siguiendo la rutina establecida. Según avanzan los días, se va notando el ambiente navideño, propio de estas fechas. El hospital lo van decorando con adornos de la fecha que se aproxima. No soy muy navideño y no le presto mucha atención al ambiente que se genera. En mi cabeza sólo suena la idea de que cambiaré de año en el hospital.
Una mañana, viene a visitarme el doctor y me da una noticia estupenda. Me comunica que van a darme el traslado definitivo a mi ciudad de origen, que no pasaré las fiestas en el hospital. Es decir, me dan el alta del Hospital de Cádiz y a partir de ahora realizaré la rehabilitación y mi vida en Algeciras. Me entra algo de nerviosismo, los familiares que me acompañan se disponen a ir recogiendo todas mis cosas para preparar el viaje de vuelta. Yo observo y estoy deseando partir.
Una vez recogido todo y firmado todo, comenzamos el regreso. El viaje se me hace corto. Al llegar, no podemos instalarnos en nuestra casa pues para acceder a ella tendríamos que subir unos 18 escalones y actualmente yo no puedo. Ante esta situación, decidimos situarnos en la casa de mi hermana, que aunque vive en una planta alta, su edificio tiene ascensor.
He de seguir yendo al hospital, pero sólo al gimnasio de rehabilitación a echar mis horas de ejercicios. Una nueva etapa de mi vida acaba de comenzar.
--
Llega mi primer día de rehabilitación en mi nuevo destino. Al llegar me siento extraño. No conozco a nadie y todo lo que me rodea es nuevo para mí. Aun así, me dispongo a realizar mi tarea y confío en los profesionales que se encargan de mi rehabilitación. Algo que me llama la atención es el lugar. Al venir del hospital de Cádiz, estoy acostumbrado al gimnasio de allí. Un espacio muy grande donde se ofrecen muchas posibilidades de trabajar todo el cuerpo. El lugar aquí no sabría definirlo, pues no es un gimnasio en sí. Es como una sala del hospital adecuada y preparada para funcionar como gimnasio.
Diariamente una fisioterapeuta se encarga de movilizarme e indicarme tareas a realizar. Es entonces y es aquí donde comienzan mis primeros paseos de la mano de un o una acompañante. Estos paseos son mis primeros pasos al caminar. Me acompaña una auxiliar, en su brazo apoyo mi mano y salimos a caminar por el pasillo del hospital. Ella me da conversación y yo voy muy concentrado en lo que hago. Poco a poco voy adquiriendo más confianza y los paseos me van gustando. Por fin llegaron mis primeros pasos y esto es el inicio de lo mucho que llegará.
XI
La rehabilitación sigue su curso en el Hospital de Algeciras. Una tarde, al salir de la sala, cuando me llevaban hacia la ambulancia, un compañero del siguiente turno me saluda. Yo le devuelvo el saludo por educación, aunque no lo conozco. Poco a poco esto se convierte en un ritual diario. Ambos nos saludamos cada vez con más confianza.
Pasado un tiempo, nos trasladan a un edificio que han construido específicamente para la Rehabilitación. En este edificio hay consultas de médicos rehabilitadores, hay varias salas para ejercer distintas terapias rehabilitadoras y al final de un largo pasillo, se encuentra el gimnasio. Ahora sí se le puede llamar gimnasio. Con la nueva obra han destinado un gran espacio a la rehabilitación.
En este nuevo lugar, Martín (el compañero que me saludaba) y yo coincidimos en nuestras horas de ejercicio. Ambos, aunque por diferentes motivos, compartimos muchos estados de nuestro cuerpo. Él y yo tenemos que aprender a andar nuevamente. Para ello, nos desplazamos caminando con la ayuda de unas barras paralelas en las que apoyarnos para caminar por un espacio determinado. Aquí, en las paralelas, echamos largos ratos de conversación. Nos contamos historias y nos divertimos, a veces no paramos de reírnos y nos tienen que llamar la atención, para que no dejemos de trabajar.
Martín es de Tarifa. Desde que nos vimos por primera vez, nos caímos bien. Con el paso de los días, los meses, hemos ido haciendo más fuerte nuestra amistad. Nos damos ánimos en nuestra tarea rehabilitadora y con sólo las palabras y los gestos nos ofrecemos una ayuda mutua muy enriquecedora.
Además de Martín, en el gimnasio conocí a muchas personas. Lo bueno que saco es que todos o casi todos, nos animábamos y adquiríamos confianza al instante. Es agradable estar en un lugar donde vas a esforzarte para recuperar tu estado físico, y te sientes rodeado de personas que tratan de alcanzar un mismo objetivo y de manera grupal, todo son buenas palabras y buenas sensaciones que nos animan a esforzarnos para conseguir nuestros objetivos de la mejor manera.
--
Sorpresa un día, que al dejarme la ambulancia e ir caminando hacia el gimnasio, escucho cómo detrás de mí, alguien pronuncia mi nombre. Sorpresa la mía, cuando veo que una persona se pone a mi lado y me trata como si ya me conociese. Yo lo miro y una inmensa alegría recorre mi cuerpo. Se trata de Pepe, “el Manteca”, un fisioterapeuta que me trató en Cádiz. Guardo muy buenos recuerdos de él, aunque por mi daño cerebral, estos recuerdos sean escasos. Percibo muy buenas sensaciones al tratar de recordar mi estancia en el Hospital de Cádiz y en concreto cuando Pepe venía a la habitación a mi sesión de fisioterapia.
Además de Pepe, por el gimnasio de rehabilitación pasaron algunos fisioterapeutas más que había conocido y me habían tratado en Cádiz. Cada vez más, sentía este lugar como algo propio. Se convirtió en mi lugar de relación con otras personas y esto me agradaba mucho. Las horas de rehabilitación, pasaron a formar parte de mi vida y cuando no iba, notaba que me faltaba algo. Siento que esto es algo bueno, pues de no pesarme el ir a rehabilitación, podría pasar lo contrario y que cada día de gimnasio fuese poco menos que una tortura para mí. Pero no, mis ganas de rehabilitarme podían más que cualquier pensamiento negativo y bajo ningún concepto quería parar: lo que deseaba era continuar esta etapa para ver hacia dónde me llevaría.
XII
Mi proceso de rehabilitación sigue su curso. Parece que fue hace poco cuando di mis primeros pasos e inicié un nuevo caminar. He pasado por diferentes etapas para llegar a cómo estoy ahora. Hoy comienzo a probar una nueva manera de caminar. Anteriormente fue en las barras paralelas, luego el andador o de la mano de algún auxiliar. Estos días es el momento de utilizar los bastones o muletas para ir por el pasillo del centro de rehabilitación. Como en anteriores inicios, éste lo hago con atención a mis movimientos, tratando de no cometer errores, siguiendo las indicaciones de la fisioterapeuta.
Camino con cierta lentitud, trato de coordinar los movimientos para caminar de manera correcta. Mi recorrido es llegar al final del pasillo y volver al gimnasio. De vez en cuando me siento en los bancos que hay en el pasillo, pues me canso. Este nuevo avance me acerca aún más a tan anhelado final. No sé, ni me preocupa cuándo alcanzaré el final, lo único que me preocupa es aprovechar al máximo mis días de rehabilitación y eso es lo que marcará el tiempo a invertir.
Un momento inesperado es cuando recibo la fecha de la próxima revisión del médico rehabilitador. Todo es normal, pues cada cierto tiempo me suele ver dicho médico. El día de la cita, en principio todo normal. Cuando avanza la consulta, la situación va tomando un giro inesperado. El médico argumenta que ya llevo suficiente tiempo en rehabilitación y se acerca el día de darme de alta. Yo reacciono al instante y le digo que eso no puede ser. Él sigue en sus trece, pero yo no me callo. Le expongo que no puede frenar mi rehabilitación en esos momentos. Por un lado continúo con mis avances y por otro, quizás ahora el más importante, es que Conso, mi fisioterapeuta, está tratándome la flexión y extensión de mi pierna derecha. Esa pierna me la fracturé y me pusieron una placa en ella. Una vez pasado un tiempo, me retiraron la placa. La intervención fue bien y la retirada de la placa se realizó con normalidad. Como secuela, me quedó que con esta pierna no conseguía hacer ni la máxima extensión ni la máxima flexión. Conso, me estaba tratando dicha pierna y ya habíamos ganado algunos grados de flexión y extensión. Es por este motivo por el que yo reclamé al médico rehabilitador. No estaba dispuesto a que cortase esta fase en la que mi pierna estaba avanzando. Tras un intercambio de palabras, el médico optó por darme un tiempo más. Tras este tiempo me daría un período de vacaciones, para más tarde darme el alta que es lo que quería desde el principio. Cuando llegó esa alta, lo acepté. En aquel momento ya mi pierna había ganado los máximos grados de flexión y extensión y ya no ganaría más. Por otro lado, sentí que mi etapa aquí se acababa y ya no valdría de mucho seguir más tiempo en este lugar. De manera que mi etapa rehabilitadora en el Hospital ha llegado a su fin, toca despedirse e iniciar una nueva etapa que aún no sé cuál será.
--
En la fase de rehabilitación, he pasado por muchas manos, tanto en Cádiz como en Algeciras. La última persona con la que acabé mi rehabilitación es Conso. Hoy, la considero una persona importante que ha pasado por mi vida y ha dejado su huella. Con Conso he vivido momentos muy gratos en este proceso. Ella ha puesto en práctica sus conocimientos de Fisioterapia y yo he seguido sus indicaciones siempre. Juntos conseguimos que hoy me sienta como me siento con respecto a mi rehabilitación. Está claro que cada fisio que me ha tratado me ha dejado su huella, pero al ser Conso la última con la que he estado, es con la que he conseguido alcanzar rehabilitarme todo lo posible. Puedo narrar alguna anécdota de cada fisio que me ha tratado.
Todos y todas demostraron su profesionalidad y yo no puedo quejarme de ninguno. Quizás de Conso guardo los recuerdos más recientes y los que he tenido más presentes, por eso, esto de dedicarle unas letras, pues ella es quien se ha encargado de echar los últimos ingredientes para concluir este plato inacabado que es mi vida rehabilitándome.
XIII
Hace algunos días que se ha cumplido un año desde mi caída por aquel acantilado. Entrada la tarde viene la ambulancia a recogerme para llevarme al gimnasio de rehabilitación. Una vez allí, comienzo con mi tarea diaria de ejercicios físicos. Todo sigue su curso, pero en mí hay una sensación diferente. Siento algo así como tristeza, pena, rabia, pero trato de ocultar mis sentimientos para no preocupar a nadie. En un momento concreto, la fisio me dice que me tumbe en una camilla para ella realizar unos ejercicios conmigo. Me tumbo y empezamos a trabajar. Al pasar poco tiempo ella me deja un momento para dirigirse a otro paciente que también está tratando. Es ahí, al encontrarme solo tumbado en la camilla, cuando me invaden muchos pensamientos que me hacen llorar. Conso, la fisio, se dirige hacia mí y me lleva a un Box del gimnasio. Allí, los dos solos, empezamos a hablar. Yo le cuento lo qué me ocurre. Me pasa que, como si de alguna extraña maldición o casualidad o no sé muy bien qué, hoy, cuando ha pasado poco del aniversario de mi accidente, un buen amigo mío, Oscar, ha tenido un accidente de moto y está ingresado en el mismo hospital de Cádiz en el que estuve yo. Es como que se repitiese de algún modo la historia, pero esta vez con un amigo, un hermano. Yo me desahogo hablando con ella. Ella trata de tranquilizarme. Pasamos algún tiempo hablando y poco a poco voy volviendo a recuperar la calma. Es como si ya hubiese expulsado cierto malestar y vuelvo a mi tarea rehabilitadora.
Este ha sido un día duro, complicado, en el que muchos sentimientos se me han mezclado y en un principio no he sabido cómo manejarlos. Gracias a la compañía de Conso, a su manera de escucharme, he logrado volver a un estado normal, aunque preocupado por la situación actual. La tarde en el gimnasio llega a su fin y vuelvo a casa. El resto del día pasa mejor que como empezó. Siento como que me he quitado un gran peso de encima y veo la situación con algo más de ánimo. Pienso que mi amigo está en el mejor lugar, que allí se recuperará al igual que lo hice yo y que pronto volveremos a vernos y a compartir buenos momentos de charlas y risas.
--
Creo que nunca me había subido a una ambulancia. Tras este período de hospitales y rehabilitación, me conozco las ambulancias como poca gente. A los conductores los conozco a casi todos. Un día hasta me llevé una sorpresa al ver que quien venía a recogerme en la ambulancia era un antiguo compañero de instituto.
En las ambulancias me han ocurrido un sin fin de historias. Unas veces tenía que esperar lo inesperable hasta que aparecían para llevarme a rehabilitación. A veces me han llevado tan tarde que apenas había pasado mucho tiempo, cuando venían a recogerme para volver a casa. Lo cierto es que mi experiencia con las ambulancias ha sido un poco caótica. El recuerdo con el que me quedo es que, con los días, he llegado a conocer a muchas personas con sus historias personales. No es el mejor sitio para conocer a alguien, pero las circunstancias son así y las ambulancias se convirtieron en un pequeño espacio donde conversar e intercambiar experiencias de las vidas de cada cual.
Personas de cualquier edad, con las que he tenido el gusto de compartir ambulancia, me han contado historias de sus vidas, al igual que yo he contado las mías propias. Podría decir que creamos vínculos de una amistad momentánea inducida por la situación de cada cual. Vínculo este que podrá desaparecer cuando lleguen las altas de cada uno y deje de asistir a rehabilitación. El que desaparezca no es un asunto que deba preocupar, únicamente nos centramos en el presente y reforzamos ese vínculo a diario. Vivimos el presente y nos aportamos buenas sensaciones, creando un ambiente agradable y de armonía, que nos hace sentirnos bien, olvidándonos por momentos de los males que nos acompañan.
XIV
El médico rehabilitador del Hospital me dio el alta. Ahora he de ejercitarme por mi cuenta si quiero seguir avanzando, aunque según el médico ya he llegado a mi tope máximo. Yo no quiero cesar en el empeño de continuar haciendo ejercicio. Hablo con mis padres y nos disponemos a buscar un sitio para seguir con la rehabilitación. Un día mi padre se entera de un lugar cerca de casa y va a informarse. Este lugar es una asociación y dispone de un fisioterapeuta. Comienzo a asistir todas las mañanas de lunes a viernes. Es un espacio pequeño, donde sólo pueden darme rehabilitación tumbado en una camilla. Pienso que yo ya estoy en otro momento, que principalmente debería andar y hacer ejercicios sin estar sentado o tumbado. Pero sigo queriendo asistir a este lugar. Para compensar un poco, trato de ir caminando con la ayuda de mi padre, hacia este nuevo lugar. También, el tiempo que estoy en casa, procuro bajar a la calle y andar por los alrededores de mi piso. En definitiva, quiero continuar moviéndome, para no volver atrás y perder lo ganado hasta hoy.
De mi cabeza nunca se va la idea de recuperar mi independencia, si no al completo, sí que quiero alcanzarla a un alto nivel. Si ya conseguí desenvolverme en casa y en los espacios cerrados, ahora quiero hacer lo mismo para cuando esté en espacios abiertos. Sé que no es lo mismo y que esto me costará mucho trabajo. No sé si conseguiré todo lo que tengo en mi cabeza, pero quiero continuar y seguir en mi tarea, sin saber a dónde llegaré, pero sin detenerme en el camino.
--
Ante la búsqueda de nuevos lugares para seguir entrenando, me viene la idea de probar en una piscina. En esta ciudad hay un pabellón polideportivo con piscina cubierta. Además de la piscina grande, hay una pequeña donde van personas a hacer gimnasia en el agua. Al conocerlo, pienso que esto sería una buena opción para mí. Recuerdo que cuando iba a rehabilitación al hospital, me hablaban de la piscina, pero nunca llegué a probarla. Ahora sí siento que ha llegado el momento de hacerlo. Vamos a enterarnos de cómo va lo de apuntarse y en qué consiste el tiempo de piscina. Yo quedo satisfecho y con ganas de empezar esta nueva etapa en remojo.
Mi primer día lo empiezo con algo de miedo o precaución. Miedo a cómo me voy a desenvolver en este espacio. Miedo a un resbalón y una caída. Miedo a no poder mantenerme en pie dentro del agua y, bueno, miedo a lo nuevo, a no tener ninguna experiencia anterior desde que me encuentro en este estado físico.
El miedo tarda poco en desaparecer, soy bastante bien acogido por el grupo al que me he incorporado. La piscina resulta más cómoda de lo que había imaginado. Puedo entrar en ella por una escalera con una barandilla en la que apoyarme y al principio me muevo cerca del borde de la piscina por si debo apoyarme en algún momento. Pasan los días y cada vez me encuentro más cómodo. De andar y hacer determinados ejercicios cerca del borde de la piscina, he conseguido moverme por toda ella, e incluso he probado a nadar y soy capaz de hacerme algunos largos.
Se va acercando el final de mis días de piscina y deseo cumplir un objetivo personal. Me gustaría probar a meterme en la piscina grande. Pido permiso y se me concede. Me dirijo a ella y llevo conmigo un corcho que me sirva de ayuda para poder flotar. Una vez dentro, voy nadando de un lugar a otro, siempre agarrado al corcho. Tras varios minutos decido probar sin el corcho. Nado por una calle pegada al borde por si necesito ayuda en algún momento. todo va muy bien y me siento animado y seguro en el agua. Además de nadar, también me sumerjo y trato de bucear aguantando la respiración bajo el agua. También logro hacerlo y es como una inyección de energía el verme disfrutando de la piscina.
A partir de entonces, el agua ya no supone un obstáculo para mí. Tras la piscina, con el paso del tiempo, pude y decidí ir a la playa y bañarme en el mar. Siempre con precaución y sabiendo o tratando de saber bien lo que hago en cada momento.
Sigo avanzando y en un medio en el que siempre me he desenvuelto con soltura, con alguna ayuda determinada, pero con cierta soltura una vez dentro del agua, dentro del mar.
XV
Acabo de decidir que tengo que encontrar un Centro de Rehabilitación para llenar mis días con ejercicio físico. No me es difícil encontrarlo, pues cerca de la casa de mi hermano hay uno. Decido ir a probar. En principio me desplazo en silla de ruedas, pues aún mi movilidad está así para recorrer determinados trayectos. Dentro del Centro, me desplazo como en casa, voy caminando con cuidado y apoyándome en algún sitio para mantenerme en equilibrio. El fisio, dueño del centro, me pregunta qué me pasó y cómo ha sido mi evolución hasta ahora. Él recaba cierta información de mí, para decirme una serie de ejercicios a realizar y las máquinas que he de utilizar. Con el paso de los días voy adquiriendo una rutina de trabajo y es la que sigo a diario. Es en este Centro donde logro adquirir el mayor avance tras pasar algunos años en él.
De comenzar yendo en silla de ruedas, acabo asistiendo por mi propio pie. Mi padre me lleva en coche y luego soy yo, quien va desde el coche al Centro de Rehabilitación. Una vez allí, comienzo mi rutina diaria y no necesito la ayuda de nadie.
Un avance que me hizo mucha ilusión fue cuando conseguí bajar y subir una pequeña escalera de pocos peldaños, sin apoyarme en la baranda. Esta escalera forma parte de un pequeño recorrido. De un lado, es una rampa por la que subo y bajo. Al final de la rampa, dando un giro a la izquierda están los escalones. Un día me llega la propuesta de una chica, Paloma, que trabajaba allí. Esta chica nos acompaña a los pacientes que asistimos al centro, es otra fisio del Centro. Me ve subir y bajar por la rampa y me propone bajar y subir los escalones. Yo no estoy muy seguro, pero quiero hacerlo. Me da algo de aplomo que ella esté presente por si necesito algún tipo de ayuda. Decidido, me dispongo a bajar el primer escalón. Bajo un pie y luego el otro al mismo escalón. Cuando llego al final, me doy la vuelta y subo de nuevo. Lo repito varias veces y adquiero más confianza: sin pensarlo y gracias a la propuesta de ella, ya he añadido un nuevo ejercicio a mi rutina diaria.
--
Para desplazarme andando, he utilizado el apoyo de algún acompañante, he usado un andador, también unas muletas y he acabado usando un bastón. Este bastón es el que me acompañará el resto de mi vida. Como ya he dicho, en casa y en espacios cerrados no utilizo bastón, es sólo en la calle y en espacios abiertos y grandes, donde lo uso. Es un acompañante que ya tengo interiorizado. Me ayuda a caminar, muchas veces he intentado dejarlo, pero no me siento con mucha seguridad sin él y vuelvo a agarrarlo. Me ha acompañado a muchos lugares a los que no podría haber accedido sin su generosa ayuda. Tengo cuatro bastones diferentes, pero al final he acabado usando solo uno. Este, quizás por la costumbre, es el que me da más seguridad.
Un bastón no es más que un palo, que lo apoyas y te facilita andar. A parte de esto, para mí es un compañero de andanzas. Un compañero con el que he podido asistir a muchos lugares. Un compañero que me ha ayudado a avanzar en mi vida y a hacerla algo más amena. Con él he podido pasear por la calle. He subido y bajado cuestas y escalones. He ampliado mis horizontes que desde un principio parecía que iban a estar muy limitados. Mi bastón me ha dado la oportunidad de sentirme más independiente. Con él y mi esfuerzo, no necesito a nadie que me lleve a ningún lado, a no ser que sea a un lugar muy lejano. Es cierto que mi caminar es lento y que al desplazarme tardo más de lo habitual en llegar de un sitio a otro; pero yo, agarro mi bastón y con paciencia y buen paso, llego allá donde me proponga. En un principio, veía al bastón como una fase más, que llegaría el momento en el que también lo dejaría atrás. Con el tiempo me he dado cuenta que el bastón es otra parte de mí. Sin él no soy yo, noto que me falta algo. A veces, al salir de casa, mi mala cabeza ha hecho que se me olvide cogerlo. Por un lado pienso que mi cuerpo me pide dejar el bastón, pero de otro lado, no me siento cómodo sin agarrarme a él. Mi vida irá siempre unida a un bastón, aunque no lo necesite, llevaré siempre un bastón conmigo para sentirme yo.
XVI
Han pasado algunos años desde que comencé mi rehabilitación en un Centro Privado. Lo de asistir al Centro era ya una rutina que no podía apartar de mi vida. Comienzo a despegarme de este hábito de manera progresiva. Al principio dejo de ir algunos días y sólo voy tres días a la semana. Así hasta que decido dejarlo definitivamente. Bueno, no definitivamente, ese Centro de Rehabilitación siempre estará en mí y si en algún momento lo necesito, allí estaré. Por ahora he decidido dejar mi rehabilitación. Son varios años desde que me precipité por el acantilado y nunca he dejado de rehabilitarme. Siento que ahora ha llegado su momento. Seguiré mi vida y la seguiré de manera activa, dentro de mis posibilidades, pero eso de asistir a rehabilitación, es algo que siento ya ha llegado a su fin.
En mis años rehabilitándome me han ocurrido un sin fin de anécdotas. He conocido a muchas personas y a muchos profesionales de la Fisioterapia. Mi estado físico ha ido cambiando con el paso de los años. También mi forma de expresarme ha evolucionado. En un principio hablaba por señas, más tarde logré emitir algún sonido con algunas palabras. Esto, de manera progresiva hasta que he logrado hablar y expresarme con claridad. Para esto, he de destacar el trabajo de Logopedia que se hizo conmigo en el Hospital de Cádiz. Allí me enseñaron a respirar, a vocalizar, a pronunciar mis primeras palabras que luego se convertirían en frases y argumentos expresados con mi voz. Todo este trabajo pasado, ha cimentado mi estado actual en que me puedo expresar y mi voz ya se recuperó definitivamente.
--
De vuelta a la vida cotidiana, he de pensar cómo rellenaré mis horas. Intento encontrar algunas actividades que me permitan activar mi vida. Pienso en música y veo cómo ésta me ha acompañado siempre. Me entero de una mujer que da clases de piano. Busco cómo contactar con ella para que me pueda dar clases. Consigo hablar con ella y empiezo a recibir clases de piano. El instrumento que yo siempre he querido tocar es la guitarra. Actualmente y debido a la movilidad de mi mano izquierda, me es muy complicado tocar la guitarra. El piano o el órgano me es menos dificultoso y por eso decido recibir clases. Las clases son en una pequeña sala a la que he de ir. Esto, además de hacer que aprenda música, hace que me desplace y camine un rato. A veces es mi padre quien me acerca en coche, pero otras veces decido ir caminando, que, aunque a mi paso resulta un trayecto largo, quiero hacerlo para seguir en movimiento. Con Vera, la profesora de piano, aprendo nociones básicas de teoría musical y de la práctica del piano. No consigo ser un pianista experimentado, pero la música me divierte y aprendo a diario, esto ya es suficiente para mí.
Pasado un tiempo, las clases de piano paso a realizarlas en casa, hasta que llegan a su fin.
XVII
Un lugar al que asisto de vez en cuando es al Ateneo Republicano del Campo de Gibraltar. Este sitio lo descubro gracias a un amigo. Soy bien recibido desde el primer día y conozco a nuevas personas con vidas interesantes. Aquí, cada día que voy, charlamos, tratamos de organizar algún evento y en una ocasión hago un viaje con ellos a un evento organizado en otra ciudad de la provincia de Cádiz, Medina Sidonia.
El tiempo aquí es grato. Me divierte y me aporta el conocer nueva gente, cada uno con sus historias. Además, con los actos organizados, descubro asuntos de nuestra Historia como país, que no los había visto en la Escuela.
Un día, me llega una propuesta de un compañero. Yo solía hacer artesanía en mi anterior vida. Este compañero me propone realizar abalorios con motivos republicanos para exponerlos en el Ateneo. Sin pensar mucho acepto y me pongo a ello. Mi estancia en el Ateneo, sin esperarlo, me ha devuelto algo importante en mi vida. He vuelto a verme y a sentirme acompañado de mis herramientas y de los alambres, para realizar nuevas creaciones en forma de abalorios republicanos. Estos abalorios los pongo en venta y alguno que otro se vende. La mayor de mis alegrías llega cuando viajamos. Este viaje, a Medina Sidonia, consiste en asistir a un acto republicano. Mis compañeros me dicen que me lleve el tablero con los abalorios y los artículos que he realizado. Yo acepto, pero sin mucho convencimiento. Al final me sorprendo, pues sin yo estar muy convencido, resultó que fue todo un éxito el llevar mis trabajos artesanales, que fueron muy bien acogidos y algunos se quedaron allí.
Al Ateneo sigo asistiendo y participando en sus actividades, hasta que me llega una propuesta de irme a vivir a Cádiz, que os narraré más adelante.
--
La artesanía fue una opción de vida que elegí años atrás. Concretamente me dedicaba a hacer abalorios (pendientes, pulseras, anillos...) con hilos de cobre u otros materiales similares. También elaboraba artículos de macramé, hechos con cuerdas, lanas e hilos.
Al llegar a casa tras mi estancia en el Hospital de Cádiz, la idea de volver a la actividad artesanal me viene a la cabeza. Al principio, mis manos y mis dedos no logran moverse con soltura para trabajar con las herramientas. Es a base de insistir como logro mayor movilidad y puedo trabajar haciendo los objetos que me propongo.
De este modo, incorporo a mi día a día el trabajo con los alambres. Es algo que me motiva, pues estoy haciendo una actividad creativa a la vez que recupero movilidad en mis manos. Lo de venderlos luego o no, no me preocupa. Me siento muy bien haciendo lo que hago y lo que llegue pues ya llegará.
XVIII
Estando en casa una mañana, recibo una llamada de teléfono. Es un Neuropsicólogo de Cádiz, que ha recibido mi expediente y quiere verme. Yo me quedo extrañado pues no sé muy bien cómo ha sabido de mí y tampoco sé en qué consiste la exploración que quiere hacerme. Él, me explica que ha sabido de mí a través del neurólogo del hospital de Cádiz, quien me trató cuando estuve ingresado y con quien he tenido alguna cita después de recibir el alta médica. Ante esto, le respondo que he de consultarlo con mis padres, pero seguramente mi respuesta sea sí. Sin más, me da cita para un día concreto.
Llegada la fecha de mi cita con el Neuropsicólogo, nos disponemos a viajar a Cádiz. Esta es mi primera visita a Cádiz tras mi estancia hospitalaria. El lugar está en “Cadi, Cadi, de Puerta Tierra pa dentro”. Llegamos y nos presentamos, Javier es el Neuropsicólogo. Hablamos unos minutos, yo le cuento mi historia, cómo fue mi accidente, el tiempo que estuve hospitalizado, dónde, cómo y así todo lo que me preguntaba y yo sabía. Tras esta pequeña charla me explica qué es lo que voy a hacer. Se trata de un cuestionario al que debo responder con sinceridad y con lo que recuerde. Al principio no estoy muy seguro, pues no conozco lo que me va a preguntar y tampoco sé si podré responder. Comienzo a leer el test y mis dudas desaparecen. Respondo todas las cuestiones con bastante seguridad y apenas me resulta mucho esfuerzo realizarlo. Cuando acabo el test, Javier, el Neuropsicólogo, me dice que cuando tenga los resultados ya me los comunicará. Me habla de la impresión que de mí se ha llevado, que al parecer no es mala, pues mi manera de razonar y de expresarme, aparentemente son bastante buenas.
Sin aún saberlo, esta es mi primera toma de contacto con Adacca, un lugar que estará muy presente en mi vida más adelante.
--
Una nueva llamada me vuelve a citar. Esta vez, procede de una Asociación de Daño Cerebral Adquirido de Cádiz (Adacca). En esta cita conocemos a dos personas que llevan un proyecto de un piso tutelado para personas con Daño Cerebral Adquirido. Nos hablan del proyecto y me comunican que yo sería un candidato para habitar dicho piso. Conversamos largo rato y yo, como casi siempre, no estoy muy convencido de participar. El proyecto me parece interesante, pero son aún muchos los miedos de los que he de desprenderme. Yo en casa me desenvuelvo bien, hago algunas tareas y me siento a gusto con mis padres. Esta experiencia me llevaría a vivir con personas que, por ahora, son desconocidas. Yo dudo de cómo serán estas personas, dudo de si encajaremos y sabremos convivir con “normalidad”. Lo que hago es no frenarme y decido participar y probar esta nueva experiencia, ya que me parece una buena oportunidad y así podré disipar esos miedos que me asaltan en determinadas situaciones.
Mi decisión es bien recibida por mis padres. Ellos piensan que, si yo lo veo bien, ellos me apoyan.
Me apunto a esta experiencia y quedo a la espera de que dé comienzo el proyecto de piso tutelado. En este tiempo, charlando con las personas que nos han citado, una de ellas y yo, nos miramos con cierta curiosidad y dudas. Hablando y hablando, resolvemos esas dudas, pues resulta que nos conocemos o mejor dicho nos conocimos. Tiempo atrás, cuando yo trabajaba en la empresa Laja Alta, como educador ambiental y monitor de tiempo libre, ella y yo coincidimos en un trabajo. Ambos fuimos contratados por la misma empresa y trabajamos varios días juntos. Es por eso por lo que nos sonaban nuestras caras y nos resultábamos familiares. El azar nos ha vuelto a unir, esta vez con roles diferentes. Personalmente, me da mucha confianza el saber que esta persona es una de las creadoras y de las que dirige el proyecto en el cual estaré inmerso el siguiente año de mi vida.
XIX
Empieza mi aventura viviendo en Cádiz en un piso tutelado para personas con Daño Cerebral Adquirido. En un principio, nos citan un día para pasar juntos un fin de semana en el piso. Esto es como un proceso de adaptación, donde nos van explicando la dinámica del piso. Nos hablan de las tareas que tenemos que realizar, de cómo será el reparto de dichas tareas, cómo nuestras vidas tendrán tiempo de tareas comunes, tareas propias, ocio, etc. Este fin de semana nos ayuda a disipar algunas dudas y a ver en realidad cómo será el planteamiento de nuestra convivencia. Los que asistimos, estamos de acuerdo y comienza nuestra vida compartiendo piso en Cádiz.
La estancia en Cádiz está llena de multitud de anécdotas, entre las cuales podría destacar alguna. El primer día en el piso, una de las cosas que hemos de hacer es elegir planta y habitación. Esto no supone problema alguno, cada uno escoge libremente la suya. En mi misma planta, un compañero, Inda, elige otra habitación. Es decir, seremos compañeros de planta. Desde el primer momento, algo nos dice a ambos que nos llevaremos muy bien. Con el paso del tiempo, puedo afirmar que Inda se convirtió en mi hermano. Juntos compartimos un sin fin de vivencias en nuestra estancia en el piso tutelado. Hablábamos mucho, compartíamos una afición por la música que nos llevaba a estar siempre acompañados de algún grupo musical. Teníamos grupos en común y también descubrimos grupos nuevos en nuestras conversaciones. El café era otro de nuestros puntos de conexión. Nuestros ratos juntos casi siempre estaban acompañados de una taza de café, ya fuese en casa o en algún bar del Mentidero.
Para mí fue un punto fuerte donde agarrarme para poder vivir en el piso. Sin esperarlo y de manera rápida había encontrado un nuevo amigo que es como si lo conociese de siempre.
En el piso, en algún momento, llegamos a ser cuatro inquilinos, pero no cuajó del todo y al final siempre volvíamos a ser tres. Tres que empezamos y acabamos el año de convivencia en el piso tutelado.
--
Un lugar que nunca olvidaré, pues llegó a ser nuestro punto de encuentro, reunión y cafés, es la Plaza del Mentidero. Allí, Inda y yo, cogimos el hábito de ir a tomar café, normalmente por las tardes, pero nos era indiferente la hora, sólo nos apetecía y allá íbamos a degustar un café y a conversar. En este lugar hablamos de infinidad de asuntos. Se nos ocurría algún tema de conversación y de ese pasábamos a otros sin notar el tiempo que pasaba. En el Mentidero forjamos nuestra amistad. Compartimos momentos, ideas, sentimientos, nuestras vidas avanzaban y con estos momentos, al menos yo, sentía que se iban reforzando. Un momento iniciado en el Mentidero, pero acabado en otro lugar, fue como cumplir un sueño. La música era nuestro tema habitual. De entre muchos artistas que escuchábamos, teníamos a uno que lo considerábamos muy relevante para cada uno, se trata de Rosendo Mercado. Lo seguíamos desde hace muchos años atrás. Conocíamos su obra y siempre había algún momento al día para escucharlo. Algo que ni imaginábamos es que, ese año que convivimos en Cádiz, actuaría Rosendo en esa ciudad. Nada más enterarnos, compramos las entradas. Ambos deseábamos que llegase aquel momento. Cuando llegó, asistimos al lugar y disfrutamos de un gran espectáculo. Personalmente, para mí fue como cumplir un sueño. Inda y yo, fuimos y volvimos juntos del concierto. Juntos siempre íbamos a diferentes espectáculos que tenían lugar en Cádiz. La noche de Rosendo fue, es y será una noche significativa de recuerdos inolvidables, con una excelente compañía, que quedará grabada en mí mientras yo exista.
XX
Las y los educadores que trabajan en el piso con nosotros, hacen un calendario de tareas que cada semana nos repartimos entre los habitantes del piso. Estas tareas son las básicas de una casa y las del día a día fuera de ella, como hacer la compra diaria, semanal, ir a por el pan, etc. También nos proponen actividades de ocio a realizar en toda la ciudad. Cada lunes nos reunimos y programamos nuestra semana. Las tareas de casa rotan entre nosotros y cada semana son diferentes las que a cada uno nos toca. Personalmente la tarea que más me gusta es la cocina. No soy un experto, pero me gusta cocinar y no se me da muy mal. Me pongo música y me gusta pasar horas entre fogones. Otras tareas comunes consisten en la limpieza, tanto de la casa al completo, como la limpieza de las ventanas, los cristales. Por otro lado, el baño y poner lavadoras, en fin, tareas comunes en cualquier casa, con la peculiaridad de que esta casa se compone de tres plantas y resulta un poco cansado el día de limpieza general, pero se hace sin pensarlo mucho y resulta más ligero.
Con respecto a las compras, hacemos compra diaria del pan y si falta alguna cosa nos acercamos a un súper que hay cerca para avituallarnos de lo que necesitamos. Cada semana vamos a otro supermercado y hacemos una compra en función de cómo nos hemos planificado la semana y compramos productos que ya no tengamos o que se estén acabando en casa.
Algo así pasan los días de convivencia en lo que a tareas comunes se refiere. Nosotros, los inquilinos, nos adaptamos bien a esta planificación de tareas. Normalmente las realizamos sin muchos problemas, pero siempre tenemos al equipo profesional, para disipar dudas que nos surjan o resolver algún problema que aparezca.
--
Toca compra en el gran supermercado. Tras el desayuno partimos hacia el lugar de las compras. Yo he de subirme a un autobús y luego caminar un ratillo hasta llegar al supermercado. La mañana es aburrida, en el super hay ruido y todo va muy rápido. Andamos entre pasillos agarrando los alimentos y otros productos que necesitamos. El tiempo allí transcurre de forma monótona. Sin esperarlo, cruzo un pasillo y noto como que algo me llama. No hay sonido, son unos ojos los que llaman mi atención. Una mirada limpia y sincera, que está a lo suyo, pero al cruzarse conmigo, quedo inmovilizado. El ruido desaparece, las prisas ya son calma, esos ojos me han trasladado a un lugar placentero donde habita la serenidad. Estoy en un trance agradable del que no quiero salir. Unos ojos, una mirada, han descubierto ante mí una luz que me ciega y me evade de la ruidosa realidad. Serenos ojos, os agradezco vuestra presencia y el que yo os haya podido contemplar. Vosotros habéis hecho que mi mañana se torne en alegría, en ganas de avanzar. Las dudas y la poca energía con la que comencé el día ya no existen. Ahora me siento afortunado por haber sido regado por la mirada que desprenden esos ojos.
XXI
Hoy hemos de llevar a cabo una tarea en el Centro de Salud. Esta tarea consiste en dar información a las personas que asistan allí. Montamos una mesa informativa a la entrada del Centro donde contamos a las personas acerca de Adacca y de nuestro proyecto de vida, así como los distintos proyectos de la asociación.
Bien temprano, me dirijo andando hacia el Centro de Salud donde hemos de pasar la mañana con la actividad propuesta. Yo no sé muy bien cómo llegar allí. Me lo han explicado y he conseguido orientarme. Tras un rato caminando, pienso que ya debo estar cerca, aunque no veo dónde está. Decido preguntarle a alguien para asegurarme de que voy en el camino correcto. Veo a un hombre en sentido contrario al mío. Cuando llega a mi altura y nos cruzamos, le hago un gesto y le comento si puedo preguntarle algo. Instantáneamente el hombre sin mirarme hace un giro y se aparta de mí. Es como si huyese de mí, como si yo fuese a hacerle algo malo. Rápidamente se acerca a mí una mujer y me pregunta qué es lo que quiero. Le digo si me puede indicar dónde está el Centro de Salud y ella amablemente me lo indica. En estos momentos, el hombre asustadizo, se da la vuelta y quiere indicarme también, a lo que yo ni le respondo, sigo mi camino y lo dejo ahí hablando solo.
Este es mi encuentro con el que yo denomino el “sieso de Cádiz”. Hasta hoy, toda persona con la que me he cruzado en esta ciudad ha sido amable conmigo. Vas paseando y te dan los buenos días, tardes o noches. Si he de preguntar algo, me atienden y responden amablemente. Ese hombre es la única persona con la que me he cruzado y ha actuado conmigo de la manera descrita anteriormente. Me sorprende, me llama la atención que ante ningún mal rollo con nadie, este sea el primero. Este hombre se aparta de mí, como si yo fuese una amenaza para él.
También recuerdo que, al comenzar el proyecto del piso tutelado, hubo un acto en el mismo piso al que asistieron representantes y políticos del momento. En esa ocasión no reaccioné, por respeto al acto, pero, estando con mis padres, se nos acercó la “Teo” y soltó un comentario sobre mí, insinuando que tuviese cuidado de no “perderme por la Alameda”, pero bueno esto es otra historia.
--
De las muchas propuestas que nos llegan, hubo una en concreto en la que no me lo pensé y decidí participar. Consistía en ir una vez a la semana a la sede de una Asociación de personas con capacidades diversas. Debía coger dos autobuses, pero esto para mí ya no suponía ningún problema.
Al inicio de mis días en Cádiz, yo no era capaz de subirme a un autobús urbano. Me surgían muchas dudas al pensar cómo me subiría o cómo me bajaría y también de cómo llevaría el trayecto en autobús. Pensaba en si iría sentado o si me tocaría ir de pie y mi equilibrio no fuese el idóneo para viajar en el autobús. Un día, una de las educadoras, Nora, me propuso ir con ella a hacer un trayecto en autobús urbano. Yo dije que sí, pues al ir acompañado, mis dudas eran menos. Así hicimos, nos montamos en un circular y dimos una vuelta a Cádiz montados en el autobús. Por mi parte, las dudas desaparecieron y a partir de entonces, me movía por Cádiz usando el autobús urbano. Esta era otra manera de descubrir la ciudad en la que estaba viviendo.
Volviendo a la Asociación EQUA, me incorporé al grupo Diverze. Una de las muchas cosas que hacía este grupo era preparar y realizar acciones de calle en las cuales, a través de actividades creativas, daban visibilidad a las personas con capacidades diversas y reivindicaba asuntos que socialmente estaban aún atrasados. Con estas acciones se daba luz y voz a todas esas personas que no éramos protagonistas habituales en la sociedad. Yo decidí unirme a ellos y fue un año muy satisfactorio donde conocí a muchos y nuevos amigos y amigas. Con ellos y ellas, realicé un sin fin de actividades, viajamos juntos, compartimos cursos de formación con universitarios y completamos un año de muchas experiencias satisfactorias.
XXII
Al completar un año, el proyecto de piso tutelado llegó a su fin. Tiempo antes, se estuvo buscando financiación para poder continuar con él, pero ninguna organización, ni pública ni privada, quiso aportar nada para que este proyecto siguiese en activo. Llegado a este punto, cada uno tuvimos que hacer nuestras maletas para volver a nuestros lugares de procedencia. Desde mi llegada a casa siempre he procurado seguir la dinámica aprendida en Cádiz. Procuro mantener mi vida activa y me busco tareas que hacer. Es muy diferente, pues, en el piso de Cádiz, era yo quien hacía todo lo que rodease a mi vida. Entre tareas comunes y propias, me mantenía ocupado. En casa es distinto. Aquí, si quiero realizar una tarea propia de la casa, siempre está mi madre que se me adelanta. Yo trato de hablar con ella para que compartamos tareas, pero, en definitiva, acabo ocupándome de mi habitación y de los espacios de la casa que los siento como propios. En fin, es algo con lo que he de contar viviendo con ella.
Yo me pongo en marcha y, a diario me mantengo activo en mis espacios. También procuro salir a la calle y pasear alguna vez. La casa, en cuanto a tareas, la tengo más o menos bien controlada. Es a la hora de encontrar actividades fuera de casa donde tengo más problemas. En Cádiz no me resultaba muy difícil encontrar actividades, lo que en Algeciras sí me supone un esfuerzo extra. Una de mis opciones será tratar de poner en marcha la búsqueda de empleo. Visito varias veces a una orientadora laboral, para tratar de encontrar alguna ocupación. No surge nada, pero no ceso en mi búsqueda. Un día me entero de que empezará una actividad para desempleados. Me informo y relleno mi solicitud. Al final me aceptan y comienzo a formar parte de lo que se llama Lanzadera de Empleo. Ahí estamos un grupo de personas desempleadas, con la finalidad de ponernos en marcha, desarrollar nuestras capacidades y trabajar como equipo para conseguir encontrar empleo.
Esta Lanzadera de Empleo, ha sido una grata experiencia para mí. Aquí he conocido a gente nueva. He aprendido sobre el mundo laboral y lo que lo rodea. He puesto en marcha diversas maneras de buscar empleo. Finalmente, algunos encontraron tan deseado empleo, pero con respecto a mí, sigo desocupado. Con el paso del tiempo y después de gastar mucho esfuerzo, decido dejar la tarea de buscar trabajo. Me he cansado de recibir un no por respuesta o simplemente no recibir ninguna respuesta.
He vuelto a centrarme en mí y en mi día a día, en lo que vaya surgiendo: eso es a lo que dedicaré mi tiempo.
--
Son las llamadas inesperadas las que muchas veces te sorprenden con buenas noticias. Un día, recibo una llamada de Beca, un amigo que trabaja en EQUA, la asociación con la que estuve participando en Cádiz. Él, me propone una actividad fuera de España, concretamente en Italia. Van tres personas más, yo viajaría acompañado por dos compañeros. Se trata de unas jornadas de convivencia con personas del resto de Europa. Estas jornadas son de aprendizaje centradas principalmente en personas ciegas y con dificultades visuales. Convivimos y compartimos tareas y actividades personas no ciegas, personas invidentes y personas con dificultades visuales. Para mí, esta es una experiencia muy grata. Aprendo de los contenidos tratados en la actividad, pero sobre todo aprendo de las personas con las que convivo.
Una actividad que recuerdo, porque me marcó, fue una en la que nos vendaban los ojos y debíamos caminar por el espacio. Una zona desconocida por mí y en la que aún no sabía cómo moverme ni siquiera viendo. En mi caso añado mi dificultad para caminar: voy con mi bastón y con los ojos vendados. Para una persona invidente esto sería normal, pero para mí es harto complicado. Algo ventajoso es que, a cada participante, nos acompaña una persona que va pendiente de que no nos desviemos del camino o que no nos acerquemos a ningún lugar peligroso. Es una actividad que nos permite ponernos en el lugar del otro, nos hace reforzar nuestra empatía y comprender a las personas invidentes.
El tiempo en Italia siempre lo guardaré como una buena experiencia de vida. De un lado, disipé ciertos miedos como el de viajar en avión en mi estado actual. Ya en mi vida anterior, había viajado algunas veces en avión. Ahora es cuando me asaltaban dudas de cómo se iba a desarrollar este viaje. Por un lado, iba tranquilo y confiaba en los compañeros con los que viajaba, pero no podía evitar sentirme nervioso.
El viaje fue muy cómodo, tanto mis compañeros como las personas que trabajaban en el avión estuvieron muy atentos conmigo.
Este viaje supuso un nuevo avance en mi cabeza. Logré disipar miedos y dudas que me acompañaban cuando me venía la idea de realizar algún viaje.
Después de Italia, me siento con más seguridad a la hora de afrontar cualquier historia que se me presente.
XXIII
En el piso tutelado, a veces, durante un tiempo limitado, hemos sido cuatro inquilinos. Al final y durante mayor tiempo hemos sido tres. Tres personas que en un principio éramos desconocidas pero que al acabar el año de convivencia somos grandes amigos y compañeros de esa experiencia que modificó nuestras vidas para bien. Yo me llevo muy bien con mis dos compañeros. Con uno de ellos, Inda, es con quien tengo más confianza. Desde el inicio, casi sin hablarnos, ambos entendimos que tendríamos muchas cosas en común y que nos llevaríamos muy bien. Esto ha sido así, Inda para mí es, fue y será como un hermano. Con él he vivido experiencias muy enriquecedoras. Hemos compartido momentos de risas, lágrimas y carcajadas, como con nadie antes las había vivido. Para mí es un gran descubrimiento, llegar a una ciudad y un piso desconocido y de repente sentirme como en casa y con un amigo que sienta como si lo conociese de toda la vida. Nuestro ritual de conversaciones siempre está regado con café. Hablamos de todo lo que se nos ocurra. La música siempre nos acompaña. Desmenuzamos nuestras vidas y somos oído el uno por el otro. Con Inda, descubrí o más bien afiancé la idea de cómo levantarme, cómo seguir hacia adelante. Una gran persona que apareció en mi vida y se quedará para siempre. Actualmente él ya no se encuentra entre nosotros, lo que no impide que esté en mi corazón y en mis pensamientos todos lo días de mi vida.
La música es un elemento común que nos une. La música escuchada y también la tocada por nosotros. Yo, en mi estancia en Cádiz estuve dando clases de guitarra en la casa de un amigo músico, Santi. Fue con este amigo y con Inda con quien creamos un proyecto de grupo musical. Santi y yo a las guitarras e Inda al Bajo. Yo ya no vivía en Cádiz, pero cada vez que quedábamos para ensayar, me desplazaba allí y juntos pasábamos buenas horas de ensayo, versionando grupos punk que nos gustaban. Decidimos llamar a nuestro grupo “Sopadajo”. Esta palabra fue un invento de Inda y mío mientras vivíamos juntos. Fue una de tantas locuras que se nos ocurrían y de las que nos reíamos sin cesar. Ensayábamos cuando coincidíamos, no era muy asiduamente, pero tratábamos de mantener cierta constancia. Teníamos, o nos propusimos un objetivo. Éste era ensayar varios temas y tratar de buscar algunos locales para poder actuar en un tiempo futuro. Esto no llegamos a realizarlo, lo que sí hicimos fue seguir quedando y tocando juntos, manteniendo vivo el proyecto SOPADAJO.
XXIV
Han pasado años ya y mi vida, mi día a día ya lo tengo normalizado. Siempre busco algunas tareas u ocupaciones para rellenar mi tiempo. Hace años di clases de piano y bueno, no toco el piano demasiado bien, pero sí puedo seguir algunas partituras sencillas y tocar melodías no muy complicadas. Decido volver a tocar el piano, esta vez por mi cuenta, trato de ensayar esas melodías que aprendí y algunas más. Sigo el método de un libro para principiantes. De esta forma, consigo ejercitar mi cerebro con la lectura y la comprensión de las partituras. Además, también muevo mis dedos, que, aunque ya tienen buena movilidad, con la práctica del piano, siguen moviéndose y cada vez están más coordinados.
La música en mi rehabilitación, como ya he dicho, ha sido un elemento muy importante. Actualmente ya no hablo de rehabilitación, pero la música me sigue acompañando como a lo largo de toda mi vida, esta vez incluso ejecutándola yo mismo. --
La guitarra es otro instrumento que trato de aprender a tocar. Tiempo atrás di clases, pero como con el piano, actualmente practico por mi cuenta. Sigo algún método guiado por algún libro, pero, en definitiva, trato de pasar buenos momentos acariciando sus cuerdas. La idea inicial de recuperar el hábito de la guitarra fue cuando aún estaba hospitalizado. Cuando se me ocurrió proponerle a la terapeuta ocupacional que me dejase llevar una guitarra para ejercitar mis dedos. Esta idea no se fue de mí y cuando al fin estuve de vuelta a casa, decidí comprarme una guitarra acústica, para practicar. Yo ya tenía una guitarra eléctrica, decidí optar por una acústica para no tener que estar utilizando el amplificador, los cables y demás. Pensé que una guitarra que no tuviese que enchufar, en ese momento sería lo más cómodo para mí. La nombré Shaula y comencé a tocarla como más o menos podía. Al principio mis dedos no podían hacer sonar ninguna nota, aún menos, moverse con agilidad. Tras años de práctica, he logrado tocar medianamente bien. Una época de progresos fue cuando iba a Cádiz a ensayar con Santi y con Inda. Aquellos fueron buenos momentos de aprendizaje, práctica y avance con respecto a mis dedos en los trastes de la guitarra.
En mí seguirá esta sensación o esta rutina de tocar mi guitarra. No espero llegar a ser un guitarrista en sí, me conformo con seguir pasando estos buenos momentos con mis guitarras, siguiendo algunas partituras, tablaturas, o inventándome algo para divertirme con mis guitarras entre los brazos.
XXV
En mi día a día actual, trato de normalizar mi vida y sigo algo así como una rutina propuesta por mí. Dicha rutina consiste en realizar actividades diarias para no caer en el hastío, el aburrimiento y la falta de actividad.
Al despertarme hago algo de ejercicio para mantener mis piernas activas. Tras el desayuno, me pongo a escribir o a leer. Las tardes las ocupo o bien con el piano o con la guitarra. También dedico tiempo a escuchar música y así es como intento que avancen mis días, procurando que siempre sean algo productivos.
Quedar con amigos es otra actividad que hago de vez en cuando. Tenemos relación diaria a través de una aplicación del móvil, por la cual sigo manteniendo contacto con mis amigos.
Es cierto que muchos amigos y amigas siempre han estado y están ahí conmigo. Cierto es que cada cual lleva su vida, pero seguimos manteniendo algún contacto.
Amigos y amigas son esa otra familia encontrada y elegida a través de los años. Algún día coincidimos y decidimos empezar nuestra relación de amistad. Con el paso del tiempo, esta relación se fue afianzando y creamos vínculos fuertes y seguros. Puede pasar tiempo sin vernos ni hablar, pero una sola llamada o un gesto, nos vuelve a juntar y el tiempo desaparece. La amistad ha sido un valor determinante en mi vida. Sin esta amistad no podría haber llegado a nada. En los momentos más difíciles, todos y todas han estado presentes, dando su apoyo y sus ánimos, para que esos duros momentos tornasen a momentos más agradables. Mi felicidad es grande al pensar y al sentir que estoy rodeado de personas que de una manera u otra, han marcado mi vida y juntos hemos dibujado un sendero que nos ha conducido a donde estamos hoy y que seguiremos dibujando hasta el fin de nuestros días. --
El futuro es desconocido o más bien es lo que vamos construyendo en nuestro presente. No puedo ni quiero saber qué me depara el futuro. Mi intención es vivir el presente, el momento, el instante, el ahora. Cada instante me hará percibir mi realidad de una manera determinada y esas percepciones me harán actuar, para así avanzar y seguir dibujando mi senda. Muchas veces, en tiempo pasado, me he preguntado cuándo llegaría un cambio que esperaba en mí. Cansado de esperar sin saber si llegará, decidí no pensar más en cuándo ni cómo llegarán las cosas. Pues de tanto pensar, nunca llegaría a nada. Entonces decidí actuar en vez de pensar y esa fue la mayor y más acertada elección por mi parte, pues mi vida se aligeró de tanto peso y se volvió más fluida. Ahora disfruto cada momento de mi vida, los tristes, los alegres y todo tipo de momentos que me hagan sentir que sigo aquí, que sigo estando vivo.
EPÍLOGO
Mi cerebro es como una orquesta cuyo director es el lóbulo frontal. Esta orquesta, con el paso de los años ha ido elaborando una melodía, una armonía, una obra fruto del transcurrir de la vida. Dicha orquesta suena coordinada y bien afinada.
Un día sin más, ocurre que, tras un accidente, adquiero un daño cerebral. Daño cerebral que trae consigo diferentes secuelas, dependiendo de la zona del cerebro que ha sido dañada. Es como si a esa orquesta, a ese director se le fuesen varios músicos con sus instrumentos. Entonces, el director se pone en marcha para tratar de incorporar a nuevos músicos o tratar de ejecutar su composición con los que le han quedado. Trata de adaptar los recursos que tiene, para ejecutar, de la mejor manera, la obra. Esta incorporación de nuevos músicos no será igual a la organización original. Es por ello, que se inicia una nueva etapa de aprendizaje y de ajuste, para que la orquesta vuelva a sonar bien afinada. Vuelva a sonar, diferente a como sonaba al principio, y esto denota un cambio de vida tras el Daño Cerebral Adquirido. Cambio de vida que no significa que sea mejor o peor que la anterior, simplemente es una vida nueva en la que habrá que aprender, acertar, equivocarse, vivir. Es un proceso duro, pero ha de seguir avanzando con el transcurso de los días. Con el descubrimiento de esos nuevos instrumentos, la música de la vida no debe cesar, ha de seguir sonando mientras siga levantado el telón.
AGRADECIMIENTOS
Estas letras las dedico a mi familia cercana, a amigos y amigas que siempre han estado presentes en esta etapa de mi vida.
Quiero destacar a Milagros, mi madre, que siempre ha estado a mi lado, en momentos sencillos y en los más complicados. Ella siempre me ha ofrecido su compañía en las distintas fases de mi recuperación. Ha recibido de mí, mis distintos estados de ánimo y ella nunca ha tenido un mal gesto ni una mala actitud conmigo. Es por todo esto y mucho más, por lo que estas letras están dedicadas a ella con todo mi amor.
En relación a mis amigos y amigas, Rocío, siempre sacaba un hueco para pasar por el Hospital de Cádiz y estar conmigo. Sergio, ha sido ese amigo que me ha acompañado desde mi ingreso en el Hospital hasta hoy mismo. Ha sido un punto de apoyo, un oído que ha escuchado todo tipo de argumentos que salían de mi voz y siempre ha estado ahí para escucharme y hablarme.
Mi agradecimiento al equipo médico que me trató y evitó que muriese en el Hospital.
Agradezco también a las y los fisioterapeutas que han estado conmigo, me han acompañado y me han tratado con mucha profesionalidad. Con ellas y ellos, mi cuerpo aprendió a moverse y a desenvolverse cada día un poco más.
Agradezco a Juan por sus recomendaciones y por su trabajo en la edición para la posterior publicación de este libro.
Me siento una persona enormemente afortunada por estar rodeado y acompañado de bellas personas que han hecho y hacen que nunca me sienta solo.
Comentarios
Publicar un comentario